Artículos del Programa Joven Argentina

La política de la calle

A finales de 2010, diferentes países del norte de África y Medio Oriente vivían un clima de convulsión permanente. La conmoción generada y generalizada en los “ciudadanos” de dichos países responde a un agotamiento civil frente a los regímenes dictatoriales y autocráticos que allí imperaban. No obstante el desconcertante mosaico de realidades presentes podemos afirmar que trasciende una misma lógica procedimental de protesta, en la cual las redes sociales virtuales fueron las grandes protagonistas en la convocatoria y organización de los manifestantes.

Debido a la falta de canales de expresión convencionales, los reclamos no encontraban formas viables de ser escuchados y atendidos. De esta manera, aparecen estos nuevos espacios de comunicación que adoptan un rol de artífices de participación activa y generadores de debate crítico, conspirando en la invención de una democracia digital. Estas redes aportan como novedoso una dinámica particular de conversación y un espacio de encuentro universal e intergeneracional, inexistente en los medios de comunicación tradicionales hasta el momento. Nace una herramienta que da lugar a múltiples respuestas instantáneas entre los comunicantes, además de una forma de sinergizar aspiraciones individuales, pero comunes a la vez, que parece indicar que se ha encontrado una fórmula simple de rastrear los complejos procesos sociopolíticos: seguir las huellas que quedan en las redes sociales. Y no es que los cambios en la historia resulten únicamente de la tecnología, pero ciertamente ésta contribuye a motorizarlos.

Si entendemos a lo virtual como en potencia de lo real y creador de realidad, estas redes sociales fundaron un espacio público de participación que hasta entonces se encontraba restringido. Necesariamente lo virtual debió ser el elemento catalizador para algo mayor, un fenómeno que durante su gestación no reparó en sus posibles efectos, pero que sin lugar a dudas adquiriría una dimensionalidad y una dinámica sin precedentes. La materialización de lo virtual, a partir de la autoconvocatoria civil vía Facebook o Twitter, estalló en una movilización masiva en las calles por parte de la sociedad, que reivindicaba el derecho a una ciudadanía plena.

Más allá de las dudas entorno a la cantidad de personas que salieron a manifestarse a raíz de las convocatorias virtuales, lo cierto es que las movilizaciones existieron y se caracterizaron por su masividad. En 2011 el mundo fue, y aún es, testigo de la consagración de las redes sociales. La revolución virtual en el mundo árabe expresó la indignación y el descontento desde Túnez hacia Egipto y siguiendo por efecto contagio a Libia, Yemen, Siria y Bahrein. La simple dinámica de la exasperación de las masas ha bastado para traspasar fronteras y hacer de ésta, una revolución que pareciera no tener pausas. Nos parece importante rescatar a Hanna Arendt, no sólo por sus estudios en torno al espacio público, sino también por su trabajo acerca de la desobediencia civil. Si entendemos, a partir de Arendt, que la desobediencia civil nace cuando un significativo número de ciudadanos ha llegado a convencerse de que ya no funcionan los canales normales de cambio y que sus quejas no serán oídas, no podemos afirmar que las movilizaciones de la llamada Primavera Árabe respondieron a una lógica de desobediencia civil explícita. Se dieron en nombre y a favor de un grupo y a partir de un abierto desafío a las autoridades establecidas. De allí que afirmemos que estas protestas adoptaron modos y fines claramente revolucionarios.

Siguiendo esta línea de pensamiento, es claro que la desobediencia no significa un cuestionamiento de la autoridad instaurada. El desobediente civil es un sujeto diferente al revolucionario. El primero, aún pretendiendo un cambio drástico, acepta la dominación y la legitimidad de la dominación, mientras que el segundo, la rechaza abiertamente.

Si entendemos que una manifestación de la desobediencia civil es la no violencia y el acatamiento de las autoridades, vemos que a diferencia de la Primavera Árabe, los sucesos ocurridos en Argentina el pasado 13 de septiembre de 2012, sí respondieron a una manera de operar propia del desobediente civil. No obstante la opinión de algunos medios de comunicación de que ciertos grupos pretendían la salida del gobierno con estas protestas, en términos generales, y por las características pacíficas de las mismas, el tenor de los reclamos y el origen de su organización, sería muy arriesgado suponer fines conspirativos y revolucionarios contra el gobierno. Las movilizaciones del 13-S resucitaron las cacerolas, ya parte del folklore argentino, pero afortunadamente no con la misma ferocidad del tenebroso 20 de diciembre de 2001.

Contrario a lo que se pensaba, la sociedad civil no estaba adormecida, a la vez, sabía que los medios violentos no eran la manera de dar cuenta de su constreñimiento. No hubo en este caso disturbios, enfrentamientos con la policía, destrucción edilicia ni otra forma de práctica común a una manifestación de signos políticos de oposición. Lo que sí hubo fue un caldo de cultivo del descontento social, un abanico de reclamos y demandas propios de un clima de incertidumbre ante políticas precipitadas del gobierno nacional.

El discurso oficial tendió a enfatizar que el malestar nace de una clase social determinada y ante una política que la afectaría directamente, la relacionada con las cuotas de importación, el cepo cambiario y “Miami”. En términos discursivos, llamaron a ésta la manifestación de los “bien vestidos” y la “marcha del odio”. Pero la realidad es más compleja. Según una encuesta realizada por Management & Fit a nivel nacional, el 72 % de los encuestados1, aprueba esta forma de protesta, lo que indica una imposibilidad de hablar en términos reduccionistas, clasistas. Liliana de Riz, doctora en Sociología por la Universidad de París e investigadora superior del CONICET, en una entrevista para La Nación2 señaló que al momento de definir quienes salieron con las cacerolas, le resulta “más sencillo determinar quienes no salieron”, ésto es, evitar prejuicios de clase y esa simplificación grosera de un fenómeno tan complejo que muchos se rehúsan a interpretar. Hablar en términos clasistas implica individualizar actores sociales, amalgamados en verdad por los mismos reclamos, y atemorizados por las únicas premisas del << vamos por todos >> y el << ténganme miedo >>. Dos eslóganes que irritaron profundamente.

La heterogeneidad social de los participantes contrapone con la univocidad ninguneante de un destinatario, la figura de Cristina como encarnación del poder. Al parecer, en el imaginario del gobierno no hay lugar alguno para las minorías, por lo que ellas mismas exigen no ser olvidadas. De Riz cree que la marcha nace ante la recurrente imprevisibilidad e incertidumbre del futuro político del país, propio de un pragmatismo constante en el modus operandi de la política del puro presente. Difícil entonces desconocer el liderazgo proactivo de los jóvenes, quienes preocupados por un horizonte de futuro que les es vedado, recurren a tecnologías propias para aunar sus individualidades.

No debe pasar inadvertido el hecho de que detrás de la sumatoria de las partes existe un todo anterior, que manifiesta un proceso de construcción colectivo de objetivos comunes que le da un sentido propio e innovador. Ésto no implica la conformación de una identidad sui generis que condicione en adelante la manera de percibir, apreciar y actuar. Las partes siguen siendo partes.

En Argentina, también lo virtual fue el catalizador por excelencia de lo real. La autoconvocatoria lejos estuvo de gestarse a través de los medios tradicionales, sino que una vez más, las redes sociales virtuales estuvieron al mando de los votos del descontento individual y huérfano de un 46% opositor. A partir de expresiones aisladas nació una plataforma coaligante, que organizó y asoció individualidades.

La pregunta es: ¿las cacerolas tienen nombre? La controversia entorno a la existencia de liderazgos políticos en la marcha del 13-S, cuestiona la supuesta espontaneidad de su convocatoria. El hecho es que fueron las redes sociales las que protagonizaron la movilización ciudadana y no los partidos políticos. Aún más, a pesar de su trascendencia, ningún líder político se adjudicó públicamente la autoría ni consiguió capitalizar políticamente el éxito de los reclamos que, no obstante su carácter inorgánico, fueron por de más de eficaces en su impacto.

La realidad es que hubo una constante: la espontaneidad y acefalía del movimiento desde sus orígenes. Sin embargo, no debemos ser ilusos y creer que no existen liderazgos civiles detrás de este fenómeno. La cuestión es si se descubrirán estas figuras o si algún dirigente político habrá de embanderar la próxima manifestación convocada para el día 8 de noviembre. En nuestra opinión, habiendo transcurrido un tiempo suficiente de maduración del impacto de la primera convocatoria, es posible que, de repetirse el éxito, algún líder intente dar identidad partidaria a la masa amorfa. Esa identidad no puede ser más que una identidad ficticia, una no-identidad que redunda en particularismos persistentes. La hazaña puede resultar una caja de Pandora, un derrotero de incertidumbres. El efecto de las movilizaciones no tiene rumbo preciso, e intentar encauzarlo puede derivar en una mayor ausencia de identificación partidaria de una oposición que no encuentra arraigo social. La representatividad política-partidaria está hoy en cuestión. Los partidos opositores que intenten dar nombre a la masa, siendo ésta portadora de una tan heterogénea composición, podrían ahondar aún más esta crisis. Más allá de los partidos, no hay que olvidarse de los manifestantes, quienes han inaugurado, tal como en Medio Oriente y África, una nueva manera de encauzar sus demandas. Cuando las respuestas no vienen de las instituciones, la política pasa por la calle.

Management & Fit. Encuesta realizada entre el 21 y 29 de septiembre a nivel nacional. El 72 % remite a un total de 2259 encuestados.
La Nación, “Liliana de Riz: Cuando la gente está en la calle, es porque la política no responde a sus demandas”, 23 de septiembre de 2012.

Escrito por

Clara Inés Antonio

Estudiante de la Lic. en Relaciones Internacionales (UNR)

Manuel Belisario Guillén 

Estudiante de la Lic. en Ciencia Política (UNR)